Seminci, Valladolid y una semana de cine
Ciudad de Valladolid
Miryam Tejada

Cada otoño, Valladolid se viste de gala para recibir a uno de los certámenes cinematográficos más longevos y respetados de Europa, la Semana Internacional de Cine de Valladolid (SEMINCI). No es solo una semana de películas; es una cita con el cine de autor donde se mezclan la emoción de los estrenos, el murmullo de las salas llenas y ese ambiente íntimo que solo tienen los festivales en los que el público viene a ver cine con ganas de dialogar, no solo a mirar.

En 2025 la SEMINCI cumple un hito redondo, será la 70.ª edición y se celebrará del 24 de octubre al 1 de noviembre. Números redondos, fechas simbólicas y la voluntad de consolidar una fórmula que, edición tras edición, ha sabido integrar la tradición festivalera con el pulso contemporáneo del cine. Bajo la dirección de José Luis Cienfuegos, el reto es claro y ambicioso: estabilizar el incremento de público, recaudación e invitados conseguido recientemente, profesionalizar aún más la organización y mejorar la experiencia tanto para el cinematógrafo visitante como para el público fiel de Valladolid.

Cartel SEMINCI

Un festival que crece con su público 

Las cifras hablan por sí solas y explican el porqué de esa ambición. La 69.ª edición reunió a más de 98.000 espectadores, que asistieron a 211 títulos proyectados en 387 sesiones programadas en cines y sesiones para escolares. La estrategia de programación —más pases por título, secciones que atrapan audiencias diversas y un equilibrio entre estreno y descubrimiento— ha funcionado. La recaudación de entradas ascendió hasta 216.764 €, lo que supone un incremento del 10,53% respecto al año anterior y un +41% frente a 2022. Además, la SEMINCI ha logrado que el cine no sea solo objeto de contemplación sino de encuentro, ya que en 2024 un 81% de los cineastas programados en las secciones competitivas asistió presencialmente al festival, un dato que evidencia la capacidad de Valladolid para atraer a la industria y generar diálogo directo entre creadores y público.

Pero no solo los datos macro son llamativos, pues hay tendencias que marcan una evolución real en el perfil del festival. Secciones como Punto de Encuentro y Tiempo de Historia han visto duplicarse su audiencia desde 2022. Las propuestas destinadas a público joven —Miniminci y Seminci Joven— también crecen, en 2024 sumaron 26.735 asistentes, un aumento del 18% con respecto a 2023. Es una señal clara: la SEMINCI no mira solamente al cinéfilo veterano, sino que apuesta por formar nuevas generaciones de espectadores

Para celebrar su 70.º aniversario, el festival prepara además novedades que apuntan al futuro: Iniciativas de participación juvenil en la programación, impulsadas por proyectos europeos de audiencias jóvenes; la acogida de un encuentro internacional de jóvenes programadores (12 jóvenes de seis países) que organizarán una sesión doble para 700 estudiantes; jornadas formativas para profesores y un plan para distribuir online una selección de títulos elegidos por jóvenes programadores. Es, en suma, una apuesta por la circulación europea del cine y por la construcción de audiencias que trascienden fronteras y generaciones.

Voy a pasármelo bien / Sony Pictures

Valladolid: de la pantalla al plató

La SEMINCI también ha funcionado como plataforma para films que han terminado dando la vuelta al mundo. En ediciones recientes se han proyectado y premiado títulos que después han acumulado reconocimientos internacionales y candidaturas a los César u Oscars, como muestra de la calidad de su Sección Oficial y de su capacidad para marcar agenda en la temporada de premios. El festival no teme mezclar apuestas transgresoras, cine de reflexión y propuestas que acaban conquistando a la crítica y a la industria por igual.

Y aunque el festival es el foco, la otra cara de la moneda es la propia ciudad de Valladolid: calles, teatros y plazas que durante esos días se llenan de coloquios, pases, proyecciones y vida. Pero la relación entre SEMINCI y la ciudad va más allá del calendario de octubre, con el paso del tiempo ha pasado de ser sede a ser también escenario. La visibilidad que aporta el certamen y el dinamismo cultural que genera han convertido a la urbe en un imán para rodajes y en un lugar que, cada vez más, aparece en la gran pantalla. Esa doble condición es una invitación irresistible para viajeros cinéfilos. ¿El plan? Venir a la SEMINCI para ver cine; o venir a Valladolid fuera de las fechas festivaleras para recorrer los escenarios que el cine ha ido dejando impresos en su memoria urbana.

En las siguientes líneas nos vamos a acercar precisamente a eso, a Valladolid como escenario real. Tomando como hilo tres producciones recientes Voy a pasármelo bien, Voy a pasármelo mejor y la serie Memento Mori— trazaremos rutas, contaremos anécdotas de grabaciones, descubriremos rincones que se convierten en fotogramas y daremos pistas prácticas para que el lector viaje con la mirada puesta en la pantalla y los pies en la localidad. Si eres de los que viajan para tocar la película con las manos, estás en el sitio correcto. La alfombra vallisoletana te espera, y no hace falta invitación, solo ganas de leer detenidamente.

Ciudad de Valladolid

“Voy a pasármelo bien”: nostalgia ochentera en las calles de Valladolid 

Hay películas que son mucho más que una historia: son un viaje directo a nuestra infancia. Eso es lo que logra “Voy a pasármelo bien” (2022), la comedia musical de David Serrano protagonizada por Raúl Arévalo, Karla Souza y Dani Rovira, que reunió a más de 360.000 espectadores en salas y se convirtió en número uno en Prime Video. Con canciones de los Hombres G como telón de fondo, la cinta juega con la nostalgia, el humor y el primer amor, siguiendo a David y Layla en su aventura adolescente ambientada en el Valladolid de 1989 y en el presente.

La película, además, tuvo un fuerte componente autobiográfico. Serrano, fan acérrimo de los Hombres G, volcó parte de su infancia en la trama y trabajó mano a mano con la banda, que no solo dio el visto bueno a todo el guion, sino que grabó nuevas versiones de temas míticos como Venezia, Suéltate el pelo o la propia Voy a pasármelo bien. Su estreno coincidió con el 40 aniversario de la banda, convirtiéndose en un homenaje a toda una generación.

Aunque el director creció en Madrid, su infancia la pasó en Albacete, un lugar “lo suficientemente grande, sin ser pequeño, para jugar con libertad”. Serrano quería trasladar ese espíritu a la película, pero tenía claro que debía rodar fuera de Madrid, y encontró en Valladolid la localización perfecta. De hecho, cuenta que cuando visitó la ciudad con su hermana en busca de escenarios y descubrió la plaza del Viejo Coso, supo que ese espacio jugaría un papel fundamental en la historia. Allí es donde viven las familias de David (el protagonista) y de su mejor amigo Paco. El Viejo Coso brilla en varios momentos del filme, por ejemplo, cuando ya es adulto, David se muda solo a un piso en la calle San Felipe, justo al lado de su librería ficticia llamada Clares, y muy cerca del quiosco donde de niño robaba chuches. 

En total, Valladolid acogió casi una veintena de localizaciones que los amantes del séptimo arte pueden reconocer: la Plaza Mayor, la calle Platerías, la iglesia de la Vera Cruz o el Teatro Calderón son solo algunos ejemplos. Incluso interiores tan simbólicos como el salón principal del Círculo de Recreo o el estadio José Zorrilla se abrieron al equipo de rodaje. Y, como guiño cinéfilo, la propia Espiga de Honor de la Seminci aparece en la película tal cual es en la realidad.

El filme recibió el Premio a la Mejor Producción Audiovisual Spain Film Commission 2022, un reconocimiento a la brillante forma en que Valladolid se convierte en un personaje más de la historia. Tanto es así que, tras su estreno, la ciudad no tardó en notar el efecto “turismo de pantalla”. Muchos viajeros llegaban preguntando por las localizaciones exactas de la película, y el Ayuntamiento impulsó una ruta turística teatralizada que recorría los escenarios de la cinta. Una propuesta diferente y divertida que conecta cine y turismo de una forma única.  

Y ya que hablamos de Valladolid como destino, la urbe guarda mucho más que sus escenarios más célebres. Claro, siempre puedes pasear por la Plaza Mayor o visitar el Museo Nacional de Escultura, pero si buscas algo distinto, atrévete a callejear por el Pasaje Gutiérrez, una galería decimonónica llena de encanto, o acercarte al Museo Patio Herreriano, donde el arte contemporáneo dialoga con la historia de la ciudad. Y, para los más curiosos, nada como un paseo en el Barco “La Leyenda del Pisuerga”, que te permite verla desde otra perspectiva, navegando por el río que tanto protagonismo tiene también en “Memento Mori” -sigue leyendo, hablaremos de esta serie más adelante-. 

“Voy a pasármelo mejor”: la pandilla crece y los noventa vuelven a Valladolid

Si “Voy a pasármelo bien” nos devolvió a los 80 entre bicicletas, cintas de casete y canciones de Hombres G, su secuela, “Voy a pasármelo mejor”, nos traslada a 1991, una época de cambios, nuevas músicas y primeras veces. La inolvidable pandilla de los Pitus vuelve a escena para seguir conquistando al público con aventuras, humor, amistad y números musicales. Pero esta vez lo hacen bajo la dirección de una debutante con apenas 23 años, Ana de Alva, que recoge el testigo de David Serrano —autor del guión junto a Luz Cipriota— y aporta una mirada fresca y diferente a esta nueva entrega.

La película arranca con un giro en la vida de David y Layla. Tras años intentando mantener a flote su relación a distancia (SPOILER: ella se mudó a México al final de la primera cinta), todo se tambalea cuando Layla conoce a otra persona. Al mismo tiempo, los Pitus viven su verano en un campamento de inglés que dará pie a romances inesperados, desengaños y ese proceso de crecimiento en el que la adolescencia se convierte en el verdadero campo de batalla.

En “Voy a pasármelo mejor”, David (Izan Fernández) y Layla (Renata Hermida) encarnan el amor que madura, aunque con la inevitable primera gran crisis. Pero no son los únicos en el centro de la trama: Paco (Rodrigo Díaz) y Luis (Rodrigo Gibaja), que en la primera entrega eran casi alivio cómico, tienen aquí mucho más protagonismo. Paco, que antes se mostraba temeroso de todo, se atreve ahora a inscribirse en clases de kárate solo para acercarse al chico que le gusta. Luis, el más pequeño del grupo, inicia una relación tierna y complicada con una monitora del campamento a la que su novio ha abandonado estando embarazada. La madurez golpea a cada uno de ellos de manera distinta, y la película refleja esas primeras veces que marcan la vida: los primeros besos, las primeras decepciones, los primeros pasos hacia la independencia emocional.

Junto a ellos, aparecen las inseparables Gabriela Soto y Olaya Menéndez, que ejercen de auténticas celestinas para que David vuelva a ilusionarse tras su distanciamiento de Layla. Su dúo de amigas cotillas y entrometidas aporta ligereza y chispa a la trama, moviendo hilos para que el protagonista encuentre un nuevo camino hacia el amor.

Ciudad de Valladolid

Ana de Alva, una directora joven para una mirada nostálgica

El relevo de David Serrano por Ana de Alva supuso un soplo de aire fresco. Para ella, esta película fue también su primera gran “primera vez” en el cine. “Me he sentido muy acompañada por los personajes y por los niños, que también estaban viviendo una etapa de cambios”, confesaba. Su objetivo era claro, captar la esencia de los 90 sin caer en clichés ni tópicos. Por eso recurrió a su madre, que tenía 15 años en 1991, para documentarse sobre cómo se vestían, cómo se comunicaban y qué hacían los adolescentes españoles de la época. Fotos de familia, recuerdos de amigos y pequeñas anécdotas ayudaron a construir un retrato fiel y cercano de una década que, en España, tuvo su propio carácter.

Y si en la primera película los Hombres G monopolizaban la banda sonora, aquí la música se abre a un abanico más amplio que define el espíritu de los 90. Canciones de Antonio Vega, Duncan Dhu, Miguel Bosé, Seguridad Social o Chimo Bayo conviven con temas originales compuestos por Alejandro Serrano, diseñados para dar continuidad a la historia a través de la música.

Los propios jóvenes actores admitieron que muchos de estos temas eran nuevos para ellos, aunque pronto se convirtieron en parte de su repertorio emocional durante el rodaje. Y es que los números musicales, rodados en exteriores con coreografías llenas de energía, suponen algunos de los momentos más vibrantes del filme. Ana de Alva buscó que esas canciones aparecieran de forma natural en la trama, a través de planos secuencia que captaran la emoción del momento sin artificios.

“Voy a pasármelo” no solo funciona como secuela, también como retrato de una generación que creció entre cintas VHS, llamadas desde el teléfono fijo y tardes de campamento. Para los más mayores, es un viaje nostálgico; para los jóvenes, un descubrimiento. Y en medio de todo ello, Valladolid aparece como una urbe viva, llena de rincones que cuentan historias y que invitan a recorrerla con ojos nuevos. La ciudad vallisoletana vuelve a convertirse en el gran plató de esta historia. Localizaciones como la Plaza de San Pablo, el Pasaje Gutiérrez o la calle San Ignacio —que llegó a cortarse al tráfico para el rodaje— muestran la capacidad de la ciudad para transformarse y adaptarse a cualquier relato. Esta vez, además, el rodaje coincidió con el de la serie “Memento Mori”, lo que convirtió a Pucela en epicentro cinematográfico durante semanas, con dos producciones de gran repercusión grabándose en paralelo.

El preestreno en los Cines Broadway fue una auténtica celebración. El público vallisoletano llenó la sala para disfrutar del filme junto a parte del equipo artístico, reafirmando el vínculo de la ciudad con el cine y consolidando a Valladolid como un escenario recurrente en las grandes producciones españolas.

Evento Memento Mori

“Memento Mori”: la Valladolid más oscura salta a la pantalla

Valladolid tiene muchas caras. Está la de ciudad universitaria, llena de estudiantes que abarrotan las terrazas de la Plaza Mayor en cuanto sale el sol. Está la del vino y las tapas, con rutas que invitan a perderse entre mesones y bares históricos. Y está, por supuesto, la monumental, con iglesias góticas y plazas renacentistas que hablan de siglos de historia. Pero en 2023, esta urbe mostró al mundo otra faceta muy distinta: la de escenario perfecto para un thriller policiaco de alto voltaje. Y lo hizo de la mano de Memento Mori”, la serie de Amazon Prime Video basada en la primera novela de la trilogía Versos, canciones y trocitos de carne de César Pérez Gellida.

Con Yon González como el perturbador asesino Augusto Ledesma, un personaje culto y refinado que recita versos de Bécquer mientras comete crímenes atroces, y Francisco Ortiz como el inspector Sancho decidido a detenerlo, la producción nos invita a recorrer una Valladolid sombría, enigmática, casi irreconocible bajo la lluvia y el humo de las persecuciones. La tensión de la trama, unida a la elección de localizaciones muy concretas, ha hecho que la serie se convierta en todo un fenómeno, no solo para los seguidores de la novela, sino también para los viajeros que disfrutan descubriendo los lugares donde el cine y las series cobran vida.

La primera temporada, estrenada en 2023, marcó un hito en la ficción española por su cuidada factura visual y por mantener el pulso de la novela de Gellida. El éxito fue tal que la plataforma no tardó en confirmar que “Memento Mori” no sería una historia cerrada en seis capítulos, se ha concebido como un proyecto de tres temporadas, que adaptarán la trilogía completa del escritor vallisoletano. Una noticia que disparó la expectación, porque significa que Valladolid seguiría siendo protagonista durante varios años, con nuevas localizaciones, anécdotas de rodaje y motivos para visitar la ciudad con ojos de cinéfilo.

Uno de los grandes atractivos de “Memento Mori” es su fidelidad al espíritu del libro, aunque con algunos ajustes curiosos. En la novela, por ejemplo, la comisaría de Sancho estaba en el barrio de Las Delicias; en la serie, sin embargo, ese espacio se rodó en el antiguo colegio de El Salvador, en plena Plaza de San Pablo. El mítico Zero Café, donde Ledesma y sus víctimas cruzan miradas, fue recreado en la Sala Cientocero, ya que el bar original estaba decorado con objetos que planteaban problemas de derechos de autor. Y la escena que en el libro sucedía en la Facultad de Filosofía y Letras se trasladó a la Facultad de Medicina, aprovechando su cercanía al Instituto de Medicina Legal y Forense.

Pero lo más fascinante es cómo la serie convierte lugares cotidianos de Valladolid en escenarios cargados de tensión. La Plaza Mayor aparece en tomas nocturnas que transmiten una sensación inquietante, muy distinta al bullicio habitual de terrazas y paseantes. El Pasaje Gutiérrez, con su aire parisino y su cúpula de cristal, se convierte en un pasillo del miedo, donde cualquier encuentro puede ser fatal. Y la iglesia de Santa María La Antigua, joya del gótico vallisoletano, brilla en pantalla como un refugio silencioso que contrasta con la violencia que lo rodea.

Incluso barrios como Parquesol, Covaresa o La Rubia encuentran su lugar en la historia, mostrando que el mal no sólo acecha en los rincones monumentales, sino también en los espacios cotidianos donde cualquiera podría vivir. Para los pucelanos, la serie es un juego constante de reconocimiento; para los visitantes, un recorrido alternativo que invita a descubrir una Valladolid distinta, lejos de los tópicos turísticos.

El río Pisuerga es otro protagonista indiscutible. Aparece en escenas de piragüismo, pero también como escenario de descubrimientos macabros. Lo mismo ocurre con los Campos de Pepe Rojo, referencia constante en la vida del inspector Sancho, o con el Cementerio El Carmen, donde se rodaron secuencias especialmente intensas. A todo esto se suman localizaciones como el túnel que conecta Delicias con Labradores, que aporta un aire claustrofóbico, o la Estación Campo Grande, con sus pasillos solitarios y su halo de lugar de paso.

La serie también salió de Valladolid para rodar escenas clave. El Monasterio de El Escorial ofreció un marco monumental para encuentros cargados de tensión, mientras que la Ciudad Universitaria de Madrid sirvió de escenario para algunos momentos de la trama. Incluso se recurrió a la estación fantasma de Algodor, un espacio ferroviario abandonado que encajaba a la perfección en el tono inquietante del argumento. Y por supuesto, está la participación de Juan Echanove, que aporta veteranía y carisma a un reparto ya de por sí sólido.

En definitiva, “Memento Mori” no solo ha convertido a Valladolid en un escenario de thriller internacional, sino que ha regalado a la ciudad una nueva identidad: la de destino para los amantes del turismo cinematográfico. Un lugar donde ficción y realidad se entremezclan, donde un paseo puede llevarte de un crimen de ficción a una copa de verdejo, y donde sabes que volverás.