Llega septiembre y con él ese olor inconfundible a libros nuevos, estuches recién estrenados y el sonido de las mochilas arrastrándose camino al cole. Para muchos es un mes que sabe a rutina, pero ¿y si le damos la vuelta? El cine nos lo pone fácil, las películas y series que giran en torno a escuelas, institutos o internados no solo despiertan nuestra nostalgia estudiantil, sino que también esconden escenarios reales que hoy puedes recorrer.
Sí, hablamos de esas aulas donde se dieron lecciones inolvidables, de patios donde nacieron amistades y de pueblos que se convirtieron en decorados de historias que hoy forman parte de nuestra memoria colectiva. La diferencia es que ahora no tienes que preocuparte de si hiciste los deberes de matemáticas, pues basta con calzarte unas deportivas cómodas y lanzarte a conocer los lugares donde el cine y la vida cotidiana se dieron la mano.
Así que prepara tu equipaje (tranquilo, no habrá examen sorpresa) porque arrancamos un recorrido muy particular, una vuelta al cole viajando a los pueblos y ciudades que fueron escenario de películas y series escolares. ¿Te vienes?
El desorden que dejas (2020)
Cuando Netflix estrenó El desorden que dejas en diciembre de 2020, lo hizo con un as bajo la manga: llevar a la pantalla una historia de intriga ambientada íntegramente en Galicia. La serie, basada en la novela homónima de Carlos Montero (Premio Primavera de Novela 2016), engancha desde el primer minuto con un thriller psicológico que mezcla misterio, drama y el ambiente casi mágico de los paisajes gallegos. Por lo que no tardó en situarse entre lo más visto de la plataforma.
El argumento gira en torno a dos profesoras de literatura, Viruca, interpretada por la actriz madrileña Bárbara Lennie, cuya misteriosa muerte abre la trama, y Raquel, interpretada por Inma Cuesta, su sustituta, que poco a poco se ve atrapada en la misma red de secretos que rodeaba a su predecesora. Esa dualidad entre ambas es el corazón de los ocho capítulos, en los que nada es lo que parece y cada personaje arrastra sombras del pasado.
Lo que muchos no saben es que Novariz, el pueblo donde transcurre la acción, no existe en los mapas. Es un lugar ficticio creado por Montero a partir de una mezcla de varios enclaves ourensanos: Celanova, Ribadavia, Bande y Allariz. Cada uno aporta un trozo de identidad a la ficción, convirtiendo la serie en una excusa perfecta para recorrer estas villas y descubrir sus rincones con los ojos de lo que sucede en la trama.
Celanova. Fuente: Canva
El instituto donde se desarrolla gran parte de la acción es, en realidad, el antiguo monasterio de San Salvador de Celanova, un edificio monumental de origen prerrománico que formó parte de la infancia del propio Carlos Montero, ya que fue allí donde estudió. Tanto, que el creador reconoció en redes sociales que lo había imaginado como escenario incluso antes de escribir la novela. Y sí, frente al instituto está el Café Bar Bohemia, donde en la serie se refugian las protagonistas para ordenar sus pensamientos. Un local real que hoy recibe visitantes curiosos que quieren tomarse un café “donde lo hizo Inma Cuesta”.
Pero Celanova es mucho más. Aquí se conserva la Capilla de San Miguel, considerada la joya del prerrománico gallego del siglo X, además de casonas blasonadas, plazas y calles empedradas y rutas naturales que permiten combinar historia y paisaje. De hecho, a muy pocos kilómetros está la Serra do Xurés, un destino perfecto para realizar senderismo entre cascadas, aldeas “abandonadas” y antiguos caminos romanos.
Y si seguimos los pasos de la serie, llegamos a Ribadavia, otra localidad clave. En la ficción vemos el río Avia, pero lo cierto es que este municipio es célebre por algo muy diferente, su tradición vinícola y su festa da Istoria, una recreación medieval que llena cada rincón de puestos artesanales, justas y música cada agosto. Para los amantes del vino visitar una bodega de la denominación de origen Ribeiro es un plan imprescindible. ¿Quién se apunta?
El recorrido por El desorden que dejas tampoco estaría completo sin detenerse en Allariz, otro de los pueblos que inspiraron a Montero y uno de los más bonitos de la provincia. Incluso, si me apuras, podríamos decir que de Galicia. Conocido por haber sido galardonado con el Premio Europeo de Urbanismo, Allariz es un ejemplo de cómo un casco histórico puede rehabilitarse con gusto. Pasear por su centro urbano es una delicia, con la iglesia románica de Santiago, el puente medieval sobre el río Arnoia y un ambiente que mezcla tradición con un aire bohemio de tiendas de artesanía y moda. Además, su Festival Internacional de Jardines es una curiosidad que sorprende a cualquiera que lo visite en verano.
Otro de las localizaciones que no podemos obviar son las termas romanas de Bande, un enclave espectacular junto al campamento Aquis Querquennis. Lo llamativo es que, aunque las vemos en pantalla en todo su esplendor, en la vida real muchas veces están cubiertas por las aguas del embalse de As Conchas. Solo en época de sequía o cuando el nivel baja es posible contemplarlas tal y como aparecen en la serie.
El desorden que dejas. Fuente: Netflix
Las curiosidades no terminan ahí, pues el personaje de Viruca tiene un guiño directo a la realidad. Montero reconoció que se inspiró en una antigua profesora de literatura gallega del IES de Celanova, a la que sus alumnos llamaban cariñosamente “Viruca”. La coincidencia hizo que el guiño fuese inevitable. Asimismo, el reparto tuvo que trabajar con detalle el acento gallego, y salvo Bárbara Lennie, todos lo incorporan en sus diálogos, lo que refuerza aún más la autenticidad de la historia.
El rodaje terminó justo antes del confinamiento de 2020, lo que permitió que la serie llegase a tiempo al catálogo de Netflix. En total más del 85 % del equipo técnico estaba formado por profesionales gallegos, algo que para Montero era fundamental, ya que quería que Galicia no solo apareciese como escenario, sino que se convirtiese en otro personaje más.
El maestro que prometió el mar (2023)
Cuando Patricia Font estrenó El maestro que prometió el mar puso el foco en una historia pequeña y, a la vez, enorme, la de Antoni Benaiges, un joven maestro catalán que en 1935 llegó a Bañuelos de Bureba (Burgos) y revolucionó su aula con una pedagogía participativa y una imprenta escolar que dejaba a los niños publicar aquello que pensaban y sentían. En un pueblo humilde, su promesa —“os llevaré a ver el mar”— fue una ventana al mundo. La película, basada en el libro de Francesc Escribano, entrelaza esa memoria con el presente de Ariadna, interpretada por la actriz Laia Costa, que busca a su bisabuelo desaparecido y encuentra, de paso, la huella luminosa de Benaiges, interpretado por un inmenso Enric Auquer. El recibimiento no pudo ser mejor, pues tras su paso por la Seminci, arrancó con fuerza en cines y superó los 270.000 espectadores desde su estreno del 10 de noviembre de 2023.
El film alterna dos niveles —pasado y presente— para hablar no solo de educación, sino de memoria. En ese diálogo, el paisaje de Burgos es mucho más que un telón de fondo. El Monte de La Pedraja, entre Burgos y Logroño, aparece como lugar de silencio y verdad, ligado a las exhumaciones de represaliados. No es un capricho estético, el equipo contó con la participación del antropólogo forense Francisco Echeverría, uno de los más reconocidos en su ámbito, que trabajó en la fosa real de La Pedraja y asesoró la recreación que vemos en pantalla. La película recuerda que esas heridas siguen abiertas “mientras haya fosas por exhumar”, como explicó la directora en la promoción de la cinta.
El maestro que prometió el mar. Fuente: Filmax
En lo estrictamente cinematográfico, el rodaje combinó localizaciones de la provincia de Barcelona —para recrear época y ambientes— con Briviesca (Burgos), a pocos kilómetros de Bañuelos, que ofreció su trama urbana, sus plazas y su ritmo de villa castellana para dotar a la narración de autenticidad. Ese juego entre la Cataluña natal del maestro, que era de Mont-roig del Camp, y su destino burgalés construye una geografía emocional que la película traduce en imágenes sobrias, luz limpia y paisajes que hablan bajo voz.
Briviesca, llamada la “bien trazada”, es parada natural. Su Plaza Mayor porticada invita al paseo lento, al café con sobremesa y a dejar que el tiempo haga lo suyo. Entre calles rectas y apacibles, asoman la iglesia de San Martín y el convento de Santa Clara; arquitectura sobria, piedra cálida y ese aire de villa mercantil que le viene de antiguo. Desde aquí, en un corto desplazamiento, se alcanza el Monte de La Pedraja. Un paraje de robles y pinares donde el murmullo del bosque acompaña una visita que se hace con respeto. Más allá de la cinta, es un lugar de memoria y, a la vez, un paseo fácil para familias, perfecto al atardecer cuando el verde se apaga en ocres.
Unos kilómetros más al norte aparece Bañuelos de Bureba, pequeño, con caseríos de piedra y horizontes de colinas suaves. Aquí estuvo el aula de Benaiges, y aquí rebotó por primera vez la promesa del mar. El pueblo no es un museo, pero sí un símbolo, ya que muchos viajeros llegan movidos por el filme y el libro, y encuentran un lugar sencillo donde la vida va sin prisas. El entorno de La Bureba —el llamado “jardín de Burgos”— es ideal para un día de caminos rurales y miradores sobre campos de cereal. Si tienes cuerpo de sendero, puedes trazar un recorrido de media jornada enlazando pistas agrícolas y pequeños altozanos que regalan vistas de 360° o acercarte en coche a los bonitos pueblos cercanos como Oña y Poza de Sal.
Y como en Castilla y León la emoción también entra por el estómago, apúntate unos básicos. En Briviesca y su comarca mandan los asados y un buen lechazo de carne tierna y piel crujiente, con ensalada y pan (de los de hacer barquitos) lo podrás degustar en el restaurante El Concejo. Para capricho de media tarde, mantecadas, sobaos locales o rosquillas según la temporada. La morcilla de Burgos merece su tapa o directamente comprarla en la carnicería Marino Fustel de Briviesca, que son de toda la vida, y compartirla con amigos. Si te tientan los quesos, el queso fresco “de Burgos” es el comodín perfecto con miel o membrillo. Y todo acompañado con vino de la tierra, pues hay bodegas burgalesas por doquier.
La mala educación (2004)
Pedro Almodóvar es sinónimo de cine que no deja indiferente a nadie, y con La mala educación fue más allá, firmando una de las películas más comprometidas de su carrera. El film nos traslada a los años sesenta y ochenta para narrar la historia de Enrique e Ignacio, dos amigos que se conocen en un colegio católico donde experimentan tanto la inocencia del primer amor como la dureza de los abusos y la represión de la época. Décadas después, sus caminos vuelven a cruzarse, aunque de una manera turbia y llena de secretos. Con esta trama, el cineasta exploró la memoria, la identidad y la relación entre realidad y ficción, y lo hizo desde escenarios que hoy en día cualquier viajero cinéfilo puede recorrer.
Uno de los lugares clave fue Alella, en la comarca barcelonesa del Maresme. El director alquiló un imponente edificio neoclásico del siglo XIX conocido como Cal Governador, que durante décadas acogió a una comunidad de Escuelas Pías y ha resultado ser el marco idóneo para recrear un colegio religioso de los sesenta. Hoy en día, el edificio se alquila para convenciones y rodajes de anuncios, como por ejemplo uno que grabó Vodafone. La grabación en Alella se prolongó durante 16 semanas, convirtiéndose así en uno de los rodajes más largos del cine español. Contó con más de 150 niños seleccionados en un casting para dar vida a los alumnos. Vestidos con uniformes de época y soportando las altas temperaturas, se metieron de lleno en la piel de los estudiantes de aquel colegio ficticio. Aunque este no fue el escenario inicial que tenía Almodóvar en mente. Su intención era rodar en el colegio de San Antonio de Cáceres, donde él estudió en su adolescencia, pero no pudo hacerlo porque el centro durante aquellos días de filmación aún mantenía su actividad escolar.
Alella. Fuenta: Canva
Más allá del cine, Alella es un destino que sorprende al viajero. Rodeada de viñedos, esta pequeña localidad es reconocida por su Denominación de Origen Alella, una de las más antiguas de Cataluña. Pasear por el pueblo permite conocer su casco histórico, la iglesia de Sant Feliu o los miradores desde donde se observa tanto la costa mediterránea como la silueta de Barcelona. Además, su proximidad al mar lo convierte en un lugar ideal para combinar rutas enológicas con escapadas culturales y gastronómicas. ¡Un mix que siempre gusta!
Y ya que hablamos del Maresme, vale la pena perderse por sus pueblos costeros llenos de encanto, como Vilassar de Mar o Arenys de Mar, con su tradición marinera y sus playas tranquilas. Aunque la película no busque el Mediterráneo como escenario protagonista, estar en esta comarca te invita a disfrutar de su luz, su gastronomía y ese aire relajado que tanto contrasta con la intensidad de la trama de Almodóvar. Igualmente, si eres curioso, podrás descubrir que el Maresme ha servido de plató a otras producciones (El cuerpo en llamas, Mi soledad tiene alas, ¿Quién es Erin Carter?…), gracias a su cercanía con Barcelona y sus paisajes versátiles.
El rodaje también se trasladó a Madrid, Galicia y Valencia. Concretamente, en Valencia, Almodóvar encontró escenarios que aportaban una estética única a la película. En el barrio de Benimaclet se utilizó la singular Casa del Trencadís, con su fachada cubierta de mosaicos, que aparece en varias escenas. También fueron localizaciones la plaza de San Luis Bertrán y el desaparecido cine Tyris, reforzando ese aire urbano y en ocasiones decadente que exigía el guion. Para los viajeros de pantalla, recorrer estos rincones valencianos supone revivir un pedazo de la filmografía almodovariana mientras se disfruta de una ciudad vibrante, llena de historia, arte urbano y una gastronomía mediterránea que es puro espectáculo.